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Guias e Dicas
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Barth Karl - Introduccion A La Teologia Evangelica, Notas de estudo de Teologia

teologia pautada na prática

Tipologia: Notas de estudo

2017

Compartilhado em 23/11/2017

mauricio-eduardo-7
mauricio-eduardo-7 🇧🇷

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INTRODUCCIÓN

A LA TEOLOGÍA EVANGÉLICA

VERDAD E IMAGEN

166

Colección dirigida por Ángel Cordovilla Pérez

KARLBARTH

INTRODUCCIÓN A LA

TEOLOGÍA EVANGÉLICA

EDICIONES SÍGUEME

SALAMANCA

PRESENTACIÓN Humildad y grandeza de la teología

Pedro Rodríguez Panizo

El lector tiene entre sus mano~ un profundo y hermoso li- bro de teología. Su autor, Karl Barth (1886-1968), es uno de los más grandes teólogos del siglo pasado. Es un libro que respira humildad y grandeza en cada página, en cada línea. Una obra que puede encender en cualquiera y de por vida una vocación teológica. El prólogo a esta verdadera obra de arte no puede ser más que una invitación a su lectura. Exige del que la inicia un tono y un temple determinados. Frente a la inveterada costumbre actual de leer rápido para consumir lecturas -incluso teológicas- y estar al día, la Introducción a la teología evangélica pide leerse despacio, meditativamen- te, sin prisa ninguna de pasar de lección, dejando que su con- tenido explícito y las evocaciones latentes en él, despierten nuestra propia profundidad de creyentes y nos hagan viajar hacia 10 que Paul Ricoeur gustaba de llamar «el oriente del texto». Invita, además, a dejarse interpelar por su llamada profética hacia la concentración en 10 esencial y a estar abiertos a todo, cosa que suele ocurrir casi siempre que se da 10 primero. En el semestre de invierno de 1961, Barth terminó su ca- rrera académica y, como dice en el prólogo ~on la fina iro- nía que le caracterizó siempre-, fue el sustituto de sí mismo y hasta de su futuro sucesor cuya búsqueda suscitó más de una polémica. Resultado de aquel curso fue el libro que hoy felizmente presentamos en la cuidada edición de la Editorial

la Presentación Presentación 11

Sígueme, cuyo denodado esfuerzo por hacer accesible al pú- blico de lengua española la filosofia y la teología más serias, no se ponderará nunca suficientemente. En un tiempo de tanta superficialidad, algo así no puede comprenderse más que considerándolo un abnegado servicio a la comunidad cristiana y a la sociedad.

La Introducción es, por tanto, una obra de madurez. Lle- va tras de sí la experiencia vital de quien ha sido cinco años estudiante, doce párroco y cuarenta profesor de teología, con una prolífica obra escrita a sus espaldas y un incuestionable compromiso social y político a favor de los desheredados y contra el totalitarismo de los dificiles años del terror nazi, como testimonia, entre otros datos, la famosa declaración de Barmen (1934) de la Iglesia Confesante. Sus páginas desti- lan por todas partes fidelidad a la Palabra de Dios y al ser humano, término de su amor insondable. Recuerda, en este aspecto, a esos otros viejos admirables que fueron Husserl y Tillich. El primero, después de una obra monumental en can- tidad y calidad creía que, al final de su carrera académica, ha- bía llegado a ser un principiante de la filosofia. El segundo, queriendo rehacer toda su Teología sistemática en diálogo con la historia de las religiones, animado por un seminario conjunto que impartió con Mircea Eliade. Para Barth también la vejez es un tiempo de creatividad, de lucidez y de avance; y, para la teología, avanzar significa siempre de nuevo «ini- ciar desde el inicio» (mit dem Arifang anzufangen) l. En efec- to, esta es quizá la primera impresión que causa su lectura: es un libro joven, lleno de aliento y ánimo, de sensatez y pasión por el quehacer teológico, concebido como una ciencia mo- desta, crítica, libre y alegre -la verdadera gaya ciencia-o Y es que siempre se recibe algo de la eterna juventud de Dios

  1. K. Barth, Einfiihrung in die evangelische Theologie, Evange1ische Verlagsanstalt, Berlin 1965, 169.

(cuando se hace de Él el centro de la vida), frente a la cual, todos -viejos, medianos y jóvenes- somos siempre vejez. No dejó de tener problemas su autor ni siquiera el semes- tre invernal del curso 1961-1962, cuyas lecciones recoge es- te libro. En la misma sala, delante de los estudiantes, preci- sa e irónicamente durante la última lección sobre el amor, Edgar Salin, el pro-rector de la Universidad de Basilea, se permitió -sin la más mínima cortesía- una dura crítica de Barth por sus ideas políticas. Este pequeño drama o comedia (Dramolet) no logró, con todo, disturbar su paz interior, co- mo confiesa él mismo en el prólogo. El libro se presenta con el estilo de una introducción, gé- nero muy frecuente en teología, conocido a veces como En- ciclopedia teológica, y que cuenta con dos ejemplos clásicos modernos admirables: las de Schleiermacher -el Kurze Dars- tellung de 1811-, por parte protestante, y 1. S. Drey -el Kur- ze Einleitung de 1819-, por parte católica. Barth observa que semejante disciplina introductoria no se encontraba en el cu- rriculum de la Facultad de Teología de Basilea. Como él mis- mo afirma, ha querido presentar, con ocasión de este «canto del cisne», los objetivos que le han movido durante su larga existencia teológica, dándose cuenta y razón de ello a sí mis- mo y a sus contemporáneos, especialmente a las generacio- nes más jóvenes. Pero es una Introducción, además, a la teo- logía evangélica. Con ello no se refiere solamente a la que nace de la Reforma protestante del siglo XVI, sino -más im- portante aún- a la que se funda en la historia de Israel con sus profetas y en los apóstoles y profetas del Nuevo Testamento. En el Evangelio (euangélion) que es Dios mismo revelado en Jesucristo por el Espíritu Santo. Dios diciéndose a sí mismo en la historia de sus acciones salvíficas para con el hombre. A los lectores más familiarizados con el Barth del primer período dialéctico, el de La carta a los Romanos -especial-

14 Presentación Presentación^^15

nuestras horas y nuestros días aislándonos del espesor y el dolor de la vida. Las páginas que dedica el autor a la crítica de quienes no ven más que teología por todas partes, olvi- dando las novelas, la música, el deporte, etc., y trabajando sin parar día y noche en una especie de afecto desordenado, no tienen desperdició. Hace posible -además-la indisoluble unidad de oración y estudio. La primera, el movimiento y la apertura de lo bajo hacia lo alto; la segunda, como el traba- jo del ora et labora -que es otra forma de oración-, es el mo- vimiento intelectual, corpóreo-espiritual, hacia el exterior (studio), impelido por la misma resonancia en que 10 ha de- jado la oración. Parafraseando a Kant, dirá Barth en otro contexto: la oración sin estudio es vacía, el estudio sin ora- ción es ciego. Y además, está en relación con el Espíritu (Lección 5a^ ), pues según Pablo es «el amor de Dios derra- mado en nuestros corazones» (Rom 5,5).^ El Espíritu que in- habita en la comunidad, despierta y hace hablar a los testi- gos, inspira la Escritura y hace posible discernir la Palabra de Dios en las palabras de los hombres, poniendo al teólogo en el lugar desde donde ésta le asombra^2 , maravilla e inter-. pela hasta el «sojuzgamiento» y la consternación de un com- promiso radical y a ultranza para con Dios (cf. Jer 20, 7-9). Y de nuevo el principio que 10 hace posible: la fe, criterio subjetivo del quehacer teológico, junto con la Palabra de Dios como su criterio objetivo. Barth subrayará que sólo Dios es el verdadero «objeto» de la teología, no el hombre, ni la fe, ni la religión, a condición de pensar en ese Dios co- mo el Dios del Evangelio, que es el Dios de los hombres, el que sale a su busca en el Hijo, como un templo ambulante, y los carga sobre sus hombros como el Buen Pastor que regre-

  1. Sorprendentes y bellísimas son las páginas dedicadas al milagro en la Lección 6^8 ; así como iluminadoras resultan las consideraciones acerca de la relación de Dios con Israel (Alianza) y la centralidad de Cristo, en la lec- ción 2^8 •

sa con la oveja perdida; un Dios que no es rígido ni exclusi- vo, sino que hace salir el sol sobre buenos y malos. Finalmente, la esperanza es la condición de posibilidad para afrontar el riesgo (Geflihrdung) de la soledad, la duda y la prueba. «Perseverar y soportar» (Aushalten und Ertragen) es la respuesta a dichos riesgos y tentaciones. El contra spem in spe de Rom 4, 18, en la figura paradigmática de Abrahán. Continuar llevando la carga impuesta sin desanimarse, no ce- der a ningún precio, como sosteniendo un muro con nuestra espalda y nuestros hombros; es decir, tener un poco de cora- je, pues no hay teología sin una cierta dosis de él y de tor- mento: las disputas intraeclesiales, las discusiones y críticas acerbas con los demás colegas de profesión, la tentación de la fama y la «gloria», figura de este mundo que pasa; los juicios de valor referentes a creerse mejores y peores teólogos, im- portantes o grandes, pequeños o de segundo orden; los de- sánimos personales y los desalientos de todo tipo, no deben paralizar la humildad y grandeza del ejercicio de la teología. Hay que confiar en que pueden ser vencidos con la paciencia y la esperanza, con la fe y el amor, con la fuerza del Espíritu. Tómese tiempo el lector y, sin prisas, comience la lectura de esta hermosa pieza de cámara teológica.

INTRODUCCIÓN

A LA TEOLOGÍA EVANGÉLICA

20 Prólogo

dios de nuestra facultad de teología de Basilea. No pude que- jarme de falta de interés por parte de mis discípulos. E in- cluso el pequeño «drama», que curiosamente se desarrolló en nuestra aula, el día primero de marzo, después de impar- tir mi lección sobre el amor, no fue capaz de perturbar en lo más mínimo mi paz interior. Recordaré siempre con emo- ción aquel que fue mi último semestre académico; por lo de- más, trataré de continuar en lo que pueda las enseñanzas de la Kirchliche Dogmatik (sin la presión algunas veces penosa, pero no obstante saludable, de los oyentes que me han escu- chado en cada momento).

Basilea, marzo de 1962

ACLARACIÓN

La teología es una de las empresas humanas, designadas tradicionalmente como «ciencias», que trata de percibir un determinado objeto o ámbito de objetos siguiendo el camino mostrado por él mismo en cuanto fenómeno, y que procura entenderlo en su sentido, a la vez que expresa el alcance de su existencia. Parece que el término «teología» quiere decir- nos que en ella se trata de una ciencia especial (¡especialísi- mal), de una ciencia que quiere aprehender a «Dios», enten- derlo y expresarlo. Pero, puesto que bajo el término «Dios» pueden darse a entender muchas cosas, son también muchas las clases de teo- logías existentes. No hay ningún ser humano que, conscien- te o inconscientemente (o también de manera semiconscien- te), no tenga a su Dios o a sus dioses como el objeto de su supremo anhelo y de su confianza, como la razón de sus más profundas vinculaciones y obligaciones, y que en este aspec- to no sea también un teólogo. Y no hay ninguna religión, nin- guna filosofia, ninguna cosmovisión que no se haya vuelto con alguna profundidad o superficialidad hacia una divini- dad, interpretada y descrita de tal o cual manera, y que en es- te sentido no sea también teología. Esto no sólo ocurre cuan- do a esa divinidad se la considera positivamente como la suma de la verdad y del poder de algún principio supremo, sino también cuando se pretende negarla; esta negación, en la práctica, consistirá simplemente en menoscabar su digni- dad y su función reduciéndola, por ejemplo, a la «naturale-

22 Introducción a la teología evangélica Aclaración 23

za», a una pulsión vital inconsciente y sin forma determinada, al progreso o al hombre que piensa y actúa con sentido pro- gresista, o también a una nada redentora, en la que el hombre habrá de integrarse porque tal es su destino. Por nuestra parte afirmaremos que son también teologías esas ideologías mani- fiestamente «ateas». La finalidad de las presentes lecciones no es introducirse en el mundo de las numerosas teologías con sus numerosos dioses, haciendo una comparación histórica entre ellas o es- peculando críticamente sobre las mismas, para adoptar luego una postura en nombre y en favor de una de ellas a la vez que en contra de todas las demás, o de subordinarlas a todas a esa postura o de coordinarlas a todas con ella. No es posible en- tender cómo y hasta qué punto todas esas distintas teologíll;s tienen algo esencial en común con lo que aquí vamos a estu- diar como teología, de tal manera que pueda ser fructífero re .. lacionarlas con ella. Bien es cierto que todas ella tienen entre sí una cosa en común, que arroja ya una luz significativa so- bre los dioses hacia los que esas teologías se vuelven: cada una de ellas se considera y se presenta a sí misma, si no coma la única acertada, sí al menos como la mejor, por ser la más acertada entre todas ellas. Basándonos en la «fábula de los tres anillos» -pero sin considerar como insuperable la inter- pretación que Lessing le dio-, nos guardaremos muy bien de participar en la competencia que se hacen entre sí esas teolo- gías. La mejor teología, o incluso la única teología acertada del Dios supremo, más aún, del Dios que es el único, el solo verdadero y real Dios, tiene que ser sencillamente «teología» y acreditarse como tal --en esto Lessing tenía fundamental- mente razón- por la demostración del Espíritu y de su poder. Pero esa teología delataría con seguridad que no es tal, si re- clamara para sí el derecho de serlo y si así fuera proclamada. Por consiguiente, sin contraposición ni valoración distan- ciadora ni combinatoria, bastará anunciar aquí lo siguiente: la

teología que presentamos en esta introducción es la teología evangélica. El adjetivo especificativo recuerda al Nuevo Tes- tamento y evoca a su vez a la Reforma del siglo XVI. Formu- laremos también la doble confesión de que la teología de la que vamos a tratar aquí es la teología que, desde su origen re-

cóndito en los documentos de la historia de Israel, sale a la,

luz de manera inequívoca primeramente en los escritos de los evangelistas, apóstoles y profetas del Nuevo Testamento, siendo después redescubierta y acogida en la Reforma del si- glo XVI. La expresión no está concebida ni debe entenderse exclusivamente en sentido confesional (ante todo porque re~ mite en primer lugar y de manera decisiva a la Biblia, respe- tada de algún modo en todas las confesiones). No toda teo- logía denominada «protestante» es teología evangélica. Y hay también teología evangélica en el espacio católico roma- no, en el de la ortodoxia oriental y en los ámbitos de las nu- merosas variaciones posteriores y también seguramente en las degeneraciones del nuevo enfoque reformador. Con el tér- mino «evangélico» se designará aquí objetivamente la conti- nuidad y unidad «católica» y ecuménica (por no decir «con- ciliar») de toda la teología. En ella se trata, entre la variedad de todas las teologías existentes (sin establecer aquí un juicio de valor), y de diversas maneras en todas ellas, de percibir, entender y expresar al Dios del Evangelio, es decir, al Dios que se manifiesta en el Evangelio, que habla a los hombres acerca de sí mismo y que actúa entre ellos y en ellos por el camino que Él mismo ha designado. Dondequiera que Dios sea el objeto de la ciencia humana, y como tal sea el origen y la norma de ese saber, allí habrá teología evangélica. A continuación intentaremos describir el acontecimiento de la teología evangélica, aclarando su peculiaridad, deter- minada por tal objeto, a la vez que señalamos sus notas ca- racterísticas principales. Cada una de dichas notas, mutatis mutandis (es decir, presuponiendo los cambios necesarios),

26 Introducción a la teología evangélica Aclaración^^27

Dios- la existencia humana o la fe o la capacidad espiritual del hombre (aun en el caso de que ésta incluyera una capaci- dad religiosa especial, un «a priori religioso»). Semejantes tópicos -si llegaran a ser dominantes- tributarían pleitesía tan sólo de manera subsiguiente e incidental al tema singularisi- mo de la teología. No podrían menos de suscitar además la sospecha de que «Dios» fuera, después de todo, una simple manera de hablar comparable al papel simbólico que se atri- buye a la corona de Inglaterra. La teología es muy conscien- te de que el Dios del Evangelio tiene un genuino interés por la existencia humana y que despierta y llama efectivamente al hombre a creer en Él; la teología sabe que Dios, de esta for- ma, reclama y pone en movimiento toda la capacidad espiri- tual del hombre, algo que es mucho más, en realidad, que su mera capacidad espiritual. Pero la teología se halla interesada en todo ello, porque se muestra interesada de manera primot;- dial y total por Dios mismo. El presupuesto predominante de su pensamiento y de su lenguaje es la prueba que Dios mismo da de su propia existencia y soberanía. Si la teología quisiera invertir su relación, y en lugar de relacionar al hombre con Dios relacionara a Dios con el hombre, entonces se entregaría a sí misma a una nueva cautividad babilónica. Llegaría a con- vertirse en prisionera de alguna clase de antropología u onto- logía o noología, que fuera subyacente a la interpretación de la existencia, de la fe o de la capacidad espiritual del hombre. La teología evangélica no se ve forzada a ello ni está capaci- tada para realizar tal empresa. La teología evangélica se toma su tiempo y deja con confianza que las cosas sigan su curso, cualesquiera que sea el camino en el que la existencia, la fe y la capacidad espiritual del hombre -su ser él mismo y su au- tocomprensión- se presenten en su confrontación con el Dios del Evangelio que precede y está por encima de todo ello. Con respecto a esas presuposiciones subordinadas, la t~olo gía, a pesar de toda su modestia, es de manera ejemplar una

ciencia libre. Ello significa que es una ciencia que gozosa- mente respeta el misterio de la libertad de su objeto, y que, a su vez, está siendo liberada constantemente por su objeto de cualquier dependencia de presuposiciones subordinadas.

  1. En tercer lugar, el objeto de la teología evangélica es Dios en la historia de sus acciones. En esta historia Dios es también el que se da a conocer a sí mismo. Pero en ella Dios es a su vez el que es. En la teología Dios tiene y muestra con- juntamente su existencia y su esencia: ¡sin precedencia de una sobre la otra! Por consiguiente, Él, el Dios del Evangelio, no es ni una cosa, ni un objeto, ni tampoco un principio, ni una verdad o la suma de muchas verdades o el exponente personal de semejante suma. A Dios se le podría llamar úni- camente la verdad, si se entendiera la verdad en el sentido del término griego aletheia. El ser de Dios, o la verdad, es el acontecimiento de su desvelarse en la historia, de su resplan- decer como el Señor de todos los señores, de la santificación de su nombre, de la llegada de su Reino, del cumplirse su vo- luntad en toda su obra. La suma de las «verdades» acerca de Dios ha de hallarse en una secuencia de acontecimientos, más aún, en todos los acontecimientos de su ser glorioso en su obra. Estos acontecimientos, aunque sean distintos unos de otros, no deben ponerse entre paréntesis ni considerarse aisladamente entre sí. Obsérvese que la teología evangélica no debe repetir la historia en la que Dios es el que es, ni debe actualizarla, ni debe anticiparla. No tiene derecho a escenificarla como su propia obra, sino que debe dar cuenta de ella de forma intui- tiva, conceptual y lingüística. Pero lo hace tan sólo objetiva- mente, cuando sigue al Dios vivo en aquel proceso en el que Él es Dios, y por consiguiente, cuando al percibir, reflexionar y examinar, la teología misma tiene el carácter de un proceso vivo. La teología perderia su objeto, y con ello se negaria a sí misma, si quisiera ver, entender, expresar estáticamente en sí

28 Introducción a la teología evangélica (^) Aclaración (^) 29

mismo algún momento del proceso divino, en vez de hacerlo en su conexión dinámica ----comparable al pájaro en vuelo, no al pájaro en lajaula-, si dejara de narrar «las grandes hazañas de Dios» y se dedicara en cambio a la constatación y la pro- clamación de un Dios cosificado y de cosas meramente divi- nas. Sin que importe lo que hagan los dioses de otras teolo- gías, el Dios del Evangelio rechaza cualquier conexión con una teología inmovilista y estática. La teología evangélica só- lo podrá existir y permanecer en vigoroso movimiento, cuan- do sus ojos se hallen fijos en el Dios del Evangelio. Tendrá que distinguir constantemente entre lo que Dios ha hecho que suceda y lo que hará que suceda; entre lo antiguo y lo nuevo, sin menospreciar lo uno y sin tener miedo a lo otro. Tendrá que distinguir claramente entre el ayer, el hoy y el mañana q.e la única presencia y acción de Dios, sin perder de vista la uni- dad de dicha presencia y acción. Cabalmente desde este pun- to de vista, la teología evangélica es una teología eminente- mente crítica, porque siempre está expuesta al juicio y nunca se halla aliviada de la crisis en la que está puesta por su obje- to o, más exactamente, por su sujeto vivo.

  1. En cuarto lugar, el Dios del Evangelio no es un Dios solitario, que se satisfaga a sí mismo y que esté encerrado en sí mismo. No es un Dios «absoluto» (o mejor, no es un Dios desligado de todo aquello que no sea Él mismo). Claro que Dios no tiene junto a sí a nadie que sea igual a Él, por el cual estuviera limitado y condicionado. Pero tampoco es el Dios cautivo de su propia majestad; no está ligado a ser únicamen- te el o lo «enteramente Otro». El Dios de Schleiermacher no puede compadecerse. El Dios del Evangelio puede hacerlo y lo hace. Así como Él es en sí mismo el Dios Uno en la unidad de su vida como Padre, Hijo y Espíritu santo, así también, en la relación con la realidad distinta de Él, Dios es «libre» de iure y de Jacto para ser Dios, no junto al hombre, pero tam- poco meramente sobre él, sino en él y con él, y sobre todo,

un Dios para él: no sólo como su Señor, sino también como Padre, Hermano y Amigo -como su Dios, como el Dios del hombre-o Y esta relación no implica una mengua o negación, sino una confirmación precisamente de su esencia divina. «Yo tengo mi trono en las alturas y también estoy con los con- tritos y los humildes» (Is 57, 15). Así lo hace Dios a través de la historia de sus acciones. Un Dios que, frente al hombre, só- lo fuera un Dios excelso, lejano y extraño en una divinidad sin humanidad, aun en el caso de que se diera a conocer de al- gún modo al hombre, sólo sería el Dios de un dysangelion (<<no-evangelio»): un Dios de «malas nuevas», no un Dios de «buenas nuevas». Sería el Dios de un «No» que menospre- cia, juzga y mata, ante el cual el hombre tendría que sentir miedo y del cual tendría que huir, si le fuera posible hacerlo, y a quien preferiría no conocer, porque no sería en absoluto capaz de satisfacer sus demandas. Muchas otras teologías se interesarán por tales dioses exaltados, sobrehumanos e inhumanos, que podrían ser úni- camente los dioses de toda clase de «malas nuevas», de dy- sangelia. Precisamente el progreso, con su déficit de Dios -y sobre todo el hombre que quiere ser progresista-, parece ser un «dios» de ese tipo. Pero el Dios que es el objeto de la teología evangélica es tan excelso como humilde: excelso precisamente en su humildad. Y así, su inevitable «¡no!» es- tá incluido en su primario «¡sí!» al hombre. Por eso, lo que Dios quiere y actúa para él y con él, es una obra auxiliadora, salvífica, enderezadora que, por tanto, trae paz y gozo. Así es realmente el Dios del Euangelion (<<buena nueva»), de la «Palabra» que es buena para el hombre, porque es clemente para él. Con sus esfuerzos la teología evangélica responde a este clemente «¡sí», a la automanifestación de Dios hecha a impulso de su amor a los hombres. Se ocupa de Dios como del Dios del hombre, y precisamente por eso se ocupa tam- bién del hombre como del hombre de Dios. Para esa teolo-

LA PALABRA

En esta lección y en las tres siguientes nos dedicaremos a definir el lugar especial de la teología, con arreglo a nuestra aclaración precedente que la denominaba «teología evangéli- ca». No estudiaremos el lugar, la razón de ser y la posibilidad de la teología en el espacio y en el marco de la cultura, en concreto de la universitas literarum, es decir, en conexión con lo que se conoce en general como las ciencias humanas. La teología, una vez finalizado su engañoso esplendor medieval como asignatura académica destacada, viene pasando por muchas dificultades para justificar su propia existencia. Ha tenido que realizar grandes esfuerzos, especialmente duran- te el siglo XIX, para asegurarse un puesto pequeño pero ho- norable en el ámbito de la ciencia universal. Este intento de autojustificación no le ayudó mucho en su propia tarea. Lo cierto es que convirtió a la teología, en gran medida, en una ciencia vacilante y desmoralizada. En efecto, esta incerti- dumbre sólo le proporcionó una modestísima consideración y respeto. Sucedió curiosamente que su entorno volvió a fi- jarse seriamente en la teología, aunque casi siempre en forma desabrida, cuando ella, con una renuncia provisional a toda apologética, es decir, a todo intento por asegurarse un pues- to en el exterior, quiso volver a reflexionar y concentrarse más rigurosamente en su propia tarea. La teología se asenta- rá tanto más firmemente ante el exterior cuando, sin proce- der prolijamente a explicarse y disculparse, actúe siendo fiel a su propia norma a la hora de presentarse en público. Eso no

34 El lugar de^ la^ teología^ La Palabra^^35

lo ha hecho hasta el presente, y menos aún con el suficiente gozo y ánimo incansable. ¿Qué significa, por lo demás, «cul- tura» y «ciencia universal»? Durante los últimos cincuenta años, ¿no han llegado extrañamente estos conceptos a desdi- bujarse y, en todo caso, a hacerse demasiado problemáticos para que puedan servimos aquí de orientación? Sea como fuere, no debe ser para nosotros una cuestión desdeñable co- nocer, desde la perspectiva del resto de la universidad del sa- ber, qué es lo que hay que pensar de la teología y con qué fundamentación y justificación la teología desearía pertene- cer, como ciencia sui generis -ciencia modesta, libre, crítica y gozosa- a esa universidad del saber. Pero esto, de momen- to, será para nosotros una cura posterior, una preocupación posterior; se trata de una cuestión que en principio habrá de

dejar paso a otras cuestiones más urgentes. Su respuesta eX-

plícita podría quedar reservada -¿quién sabe?- para los e~ clarecimientos que la teología misma y su entorno académi- co pudieran experimentar durante el tercer milenio. Por tanto, como «lugaD> de la teología entenderemos aquí sencillamente la necesaria posición inicial que leha sido asig~ nada desde el interior, por su objeto, y desde la cual la teo- logía ha de avanzar en todas sus disciplinas: bíblica, históri- ca, sistemática, práctica. Tal es precisamente la norma según la cual la teología ha de presentarse constantemente en pú- blico. Expresándonos en otros términos, hemos de decir a la manera castrense que se trata del puesto que el teólogo (ya se ajuste o no a él o a cualquiera de sus semejantes) debe ocu- par (si no quiere que le arresten de inmediato) en la univer- sidad del saber, o que él también debe mantener en todas las circunstancias dentro de cualquier catacumba. El vocablo «teología» contiene el concepto de logos. La teología es una logía, lógica, logística, o lenguaje ligado al Theos, quien no sólo la hace posible, sino que también la de- termina. El ineludible significado de logos es aquí «palabra»,

aunque el Fausto de Goethe opinaba que era imposible esti- mar en tan alto grado a la palabra. La palabra no es la única determinación necesaria del lugar de la teología, pero es in- dudablemente la primera. La teología misma es una palabra, una respuesta humana. Sin embargo, lo que la convierte en teología no es su propia palabra o su propia respuesta, sino la palabra que ella escucha y a la que responde. La teología tie- ne como clave de su existencia a la palabra de Dios, porque la palabra de Dios precede a todas las palabras teológicas, creándolas, suscitándolas y siendo un desafio para ellas. Si la teología quisiera ser algo más o algo menos o algo dife- rente de una acción en respuesta a esa Palabra, entonces su pensar y su hablar humanos estarían vacíos, no dirían nada, serían vanos. Puesto que la palabra de Dios es escuchada y respondida por la teología, entonces ésta es una ciencia mo- desta y, al mismo tiempo, una ciencia libre, como señalába- mos en los puntos 1 y 2 de nuestra «Aclaracióm>. La teología es modesta, porque toda su logía no puede ser sino una ana- logía humana de esa Palabra; todo su dilucidar es únicamen- te un reflejar humano (¡un «especulan>, en el sentido latino de speculum!), y toda su producción no puede ser sino una reproducción humana. En resumen, la teología no es un ac- to creativo, sino únicamente una alabanza del Creador; una alabanza que en la mayor medida posible debe responder verdaderamente al acto divino de la creación. De manera se- mejante, la teología es libre, porque no sólo es exhortada por aquella Palabra a semejante analogía, reflexión y reproduc- ción, es decir, a semejante alabanza de su Creador, sino por- que además es liberada, autorizada, capacitada e impulsada hacia todo ello. Aquí, por tanto, se trata de algo más que de la idea de que el pensar y el hablar teológico tengan que ser dirigidos por aquella Palabra y deban orientarse y medirse por ella. Tal co- sa tendrán también que hacerla. Y son conceptos que resul-