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Typology: Lecture notes
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Figura. Representación conceptual de la estrecha relación entre las mitocondrias y las neuronas. Las enfermedades neurodegenerativas a menudo implican daño mitocondrial en las células nerviosas, contribuyendo a su degeneración.
Las mitocondrias, conocidas como las “centrales energéticas” de la célula, desempeñan un papel esencial en las neuronas. Generan ATP mediante la fosforilación oxidativa, regulan la señalización de calcio y controlan la producción de especies reactivas de oxígeno (ROS). Dada la elevada demanda energética del cerebro, las neuronas dependen fuertemente de mitocondrias saludables para mantener su función. En consecuencia, la disfunción mitocondrial se ha reconocido como un sello patológico común en muchas enfermedades neurodegenerativas, contribuyendo al daño y muerte neuronal
. Sin embargo, cada enfermedad presenta un perfil particular de alteraciones mitocondriales – una “distinción mitocondrial” – que influye en su fisiopatología. A continuación, examinamos cuatro trastornos neurodegenerativos principales – Parkinson, Alzheimer, Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA) y Huntington – enfocándonos en: (1) cómo la disfunción de las mitocondrias afecta la progresión de cada enfermedad, (2) las herramientas clínicas actuales para detección y seguimiento basadas en biomarcadores mitocondriales, (3) las aplicaciones bioingenieriles (modelos celulares, plataformas diagnósticas y enfoques terapéuticos) empleadas en la actualidad, y (4) las perspectivas futuras, incluyendo edición génica mitocondrial, organoides cerebrales, inteligencia artificial para diagnóstico y medicina personalizada.
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La enfermedad de Parkinson (EP) se asocia fuertemente con alteraciones en la función mitocondrial, en particular con deficiencias del complejo I de la cadena respiratoria. Estudios post-mortem han demostrado que las neuronas dopaminérgicas de la sustancia negra presentan una disminución significativa de la actividad del complejo I. Esta deficiencia contribuye a una menor producción de ATP y a un aumento en la generación de ROS, creando estrés oxidativo que daña componentes celulares críticos. De hecho, la disfunción del complejo I y el estrés oxidativo resultante se consideran factores clave en la degeneración de las neuronas dopaminérgicas nigroestriatales características de la EP. Un hallazgo histórico que apoya este mecanismo es el efecto de la neurotoxina MPTP (que inhibe el complejo I) al producir un síndrome parkinsoniano al dañar selectivamente mitocondrias de neuronas dopaminérgicas. Además, en formas genéticas de Parkinson, mutaciones en genes como PINK1 y Parkin interrumpen la mitofagia (el sistema de reciclaje de mitocondrias dañadas), provocando acumulación de orgánulos disfuncionales en las neuronas. Esta acumulación incrementa el estrés celular y puede potenciar la agregación de α-sinucleína, creando un círculo vicioso entre disfunción mitocondrial y patología proteica. En suma, el deterioro de la función mitocondrial – especialmente la deficiencia del complejo I – es un impulsor importante de la progresión de la EP al comprometer la producción energética y promover la muerte neuronal por estrés oxidativo y alteración de la homeostasis celular.
Debido al rol central de las mitocondrias en la EP, se han explorado biomarcadores mitocondriales como herramientas diagnósticas y de seguimiento de la enfermedad. Un enfoque prometedor es la neuroimagen metabólica. Por ejemplo, la espectroscopía por resonancia magnética (MRS) ha revelado anomalías metabólicas en pacientes con Parkinson consistentes con disfunción mitocondrial: elevación anormal de lactato cerebral (indicador de glicólisis anaerobia) y alteraciones en fosfatos de alta energía, reflejando deficiencias en la fosforilación oxidativa. Estos hallazgos in vivo respaldan la presencia de un déficit energético en el cerebro parkinsoniano vinculado a las mitocondrias. Adicionalmente, se están desarrollando trazadores para tomografía por emisión de positrones (PET) dirigidos a marcadores mitocondriales. Un ejemplo es el radiofármaco [^18F]BCPP-EF, que se une al complejo I mitocondrial. Estudios clínicos en curso evalúan si la PET con [^18F]BCPP-EF puede detectar la reducción de la actividad del complejo I en el cerebro de pacientes con EP, incluso en fases tempranas, y monitorear su progresión en el tiempo. Esta técnica busca proporcionar un biomarcador de enfermedad basado en función mitocondrial, útil tanto para diagnóstico temprano como para evaluar eficacia de terapias neuroprotectoras al medir si se logra frenar la pérdida progresiva de función mitocondrial.
En biofluidos, otra línea de investigación son los biomarcadores moleculares mitocondriales. Se ha observado que pacientes con Parkinson tienden a mostrar niveles reducidos de ADN mitocondrial libre en líquido cefalorraquídeo (CSF) en comparación con controles, lo que podría reflejar una menor liberación o contenido mitocondrial en el sistema nervioso central afectado. Sin embargo, los resultados en sangre periférica (ya sea ADNmt circulante o copias de ADNmt en leucocitos) han sido inconsistentes debido a múltiples factores de confusión. Adicionalmente, estudios en tejidos periféricos indican alteraciones mitocondriales en EP: por ejemplo, las plaquetas de pacientes han mostrado disminución en la actividad del complejo I y menor número de copias de ADNmt, aunque
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diagnósticas metabólicas y terapias experimentales dirigidas a mitocondrias, todo con el objetivo de abordar el componente mitocondrial de la enfermedad de Parkinson.
Mirando hacia el futuro, múltiples tecnologías emergentes prometen mejorar el diagnóstico y tratamiento de la EP mediante la focalización del componente mitocondrial. Una de ellas es la edición génica mitocondrial. Si bien las mitocondrias tienen un genoma propio (ADNmt), hasta recientemente era complicado modificarlo. Nuevas herramientas como las nucleasas mitocondriales (p. ej., mitotalenos) y editores de bases específicos para ADNmt abren la posibilidad de corregir mutaciones patogénicas en el genoma mitocondrial. Aunque la mayoría de casos de Parkinson no se deben a mutaciones en el ADNmt, algunos pacientes presentan deleciones o variantes en el ADNmt que podrían exacerbar la disfunción bioenergética. La capacidad de editar o eliminar selectivamente copias mutadas de ADNmt podría mejorar la función de la cadena respiratoria en neuronas vulnerables. Más relevante aún para EP son las aplicaciones de edición génica en el genoma nuclear: por ejemplo, se ha demostrado en cultivo celular que corrigiendo mediante CRISPR-Cas9 una mutación puntual en el gen SNCA (que codifica alfa-sinucleína) en neuronas dopaminérgicas derivadas de pacientes, se revierte la alteración en las redes mitocondriales de esas células. Este resultado sugiere que en el futuro la terapia génica personalizada (corrigiendo genes nucleares implicados en homeostasis mitocondrial, como PINK1 , Parkin o SNCA ) podría normalizar la función mitocondrial y frenar la neurodegeneración en subgrupos de pacientes.
Otra tecnología en auge son los organoides cerebrales , miniorganos 3D derivados de células madre que recrean la arquitectura y función neuronal humanas. En el contexto de Parkinson, se han desarrollado organoides de mesencéfalo poblados de neuronas dopaminérgicas. Estos organoides permiten estudiar procesos patológicos en un entorno más fisiológico que las monocapas celulares. Por ejemplo, organoides de mesencéfalo con mutaciones asociadas a EP han mostrado acumulación de cuerpos de Lewy y disfunción mitocondrial similar a la observada en cerebros de pacientes. Además, pueden emplearse para ensayar terapias: fármacos candidatos o terapias génicas pueden evaluarse en organoides para observar si protegen las neuronas dopaminérgicas y sus mitocondrias. En un futuro cercano, los organoides podrían utilizarse en medicina personalizada, creando un “avatar” del paciente en el laboratorio para probar qué intervención mitocondrial (p. ej., un antioxidante específico o un estimulador de biogénesis mitocondrial) funciona mejor en su caso particular.
La inteligencia artificial (IA) también está llamada a desempeñar un papel en la clasificación diagnóstica y el manejo de Parkinson. Algoritmos de aprendizaje automático ya han demostrado ser capaces de distinguir pacientes de controles analizando patrones sutiles relacionados con mitocondrias. Un estudio innovador utilizó machine learning para analizar imágenes 3D de neuronas entéricas y midió las redes de interacción entre mitocondrias dentro de las células. Sorprendentemente, hallaron que las propiedades topológicas de estas redes mitocondriales estaban alteradas en pacientes con EP, y un modelo de IA entrenado con dichos datos logró clasificar con alta exactitud a individuos con Parkinson vs. sanos (AUC ~0.99) únicamente a partir de rasgos de organización mitocondrial. Esto abre la puerta a nuevos biomarcadores computacionales: en lugar de medir un metabolito en sangre, podría bastar con una biopsia mínimamente invasiva (por ejemplo, de mucosa intestinal) y un análisis de IA de la forma en que las mitocondrias se distribuyen e interactúan en esas células para detectar cambios precoces de la enfermedad. En paralelo, la IA está siendo aplicada a imágenes cerebrales (MRI, SPECT) para resaltar cambios metabólicos sutiles y a datos de sensores portátiles (por ejemplo, detección de alteraciones de la marcha o la voz premotoras) con el fin de anticipar el diagnóstico de EP. Todo ello contribuirá a diagnósticos más tempranos y precisos.
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Finalmente, la medicina personalizada se vislumbra como la culminación de estos avances. A medida que entendemos que no todos los casos de Parkinson son iguales – por ejemplo, un subgrupo importante presenta deficiencia generalizada del complejo I, mientras otros no – será posible estratificar a los pacientes por su “subtipo mitocondrial”. Aquellos con mayor compromiso del complejo I u otros componentes de la función mitocondrial podrían beneficiarse de terapias dirigidas (como cofactores energéticos, NAD+ boosters o activadores de mitofagia), mientras que otros subtipos quizás respondan mejor a estrategias anti-inflamatorias o sinápticas. Estudios recientes han propuesto precisamente identificar subtipos de Parkinson basados en firmas mitocondriales para guiar la selección de tratamientos y el diseño de ensayos clínicos. En suma, las perspectivas futuras en EP combinan la corrección genética de defectos, modelos avanzados in vitro que replican la enfermedad, técnicas de IA para diagnóstico temprano y un enfoque terapéutico adaptado al perfil molecular individual – todos convergiendo en mitigar la disfunción mitocondrial como vía para modificar el curso de la enfermedad de Parkinson.
La enfermedad de Alzheimer (EA), el trastorno neurodegenerativo más prevalente, se caracteriza por una disfunción mitocondrial más generalizada y difusa que en el Parkinson. En cerebros de pacientes con Alzheimer se han documentado disminuciones en la actividad de múltiples complejos de la cadena respiratoria, acompañadas de alteraciones en la dinámica y calidad de las mitocondrias. Un hallazgo reproducido en varios estudios es la reducción de la actividad del complejo IV (citocromo c oxidasa) en regiones cerebrales afectadas por la patología de Alzheimer. Por ejemplo, la corteza frontal, temporal y parietal de pacientes muestra actividad de complejo IV significativamente menor que la de individuos sanos de la misma edad. Esta deficiencia en el complejo IV compromete la eficiencia de la fosforilación oxidativa y podría explicar la hipometabolismo glucídico observado mediante PET-FDG en el cerebro de Alzheimer (marcado por una menor utilización de glucosa, reflejo indirecto de una menor producción de ATP en neuronas). Aunque algunos resultados sobre la magnitud y distribución de la deficiencia de complejo IV han sido heterogéneos , la tendencia general apunta a un déficit bioenergético cerebral en la EA. Además del complejo IV, también se han reportado disfunciones moderadas en otros complejos: en fases avanzadas de la enfermedad, el estriado y la corteza pueden presentar disminución en actividades de los complejos II y III , aunque menos pronunciada que la del complejo IV. Estos datos sugieren que la patología de Alzheimer conlleva un deterioro multisistémico de la cadena transportadora de electrones.
Paralelamente, la acumulación cerebral de péptidos β-amiloide (Aβ) y de ovillos de tau hiperfosforilada, características de la EA, exacerban la disfunción mitocondrial. Se ha evidenciado que oligómeros de Aβ pueden asociarse a membranas mitocondriales, inhibiendo enzimas clave como la piruvato deshidrogenasa y elementos de los complejos III y IV. Esto no solo reduce la producción de energía sino que aumenta la fuga de electrones y la generación de ROS. El estrés oxidativo crónico daña a su vez las propias mitocondrias – sus lípidos de membrana, proteínas respiratorias y ADNmt – perpetuando un ciclo de daño. En Alzheimer se detecta una carga elevada de daño oxidativo en el cerebro, con niveles aumentados de marcadores de peroxidación lipídica y oxidación de ADN y proteínas. Parte de este estrés oxidativo se origina en las mitocondrias disfuncionales que liberan ROS en exceso. También se cree que la disfunción mitocondrial contribuye a la disrupción de la homeostasis de Ca^2+ en neuronas de Alzheimer: las mitocondrias dañadas no pueden secuestrar el calcio citosólico eficientemente, lo que junto con la disfunción del retículo endoplásmico resulta en sobrecarga de Ca^2+ citoplasmático, activando vías de muerte celular.
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cree que este proceso contribuye a la neuroinflamación y podría servir como biomarcador temprano de estrés mitocondrial.
Además del ADNmt, otros marcadores periféricos ligados a mitocondrias se investigan en Alzheimer. Por ejemplo, las plaquetas – que contienen mitocondrias y reflejan en parte las neuronas – muestran en pacientes con EA alteraciones funcionales notables. Se ha reportado que las plaquetas de Alzheimer tienen menor potencial de membrana mitocondrial en reposo y una reducción significativa en la actividad del complejo IV (citocromo oxidasa) cuando son activadas, en comparación con plaquetas de controles. Este déficit enzimático plaquetario ha sido propuesto como biomarcador accesible, dado que varias investigaciones hallaron menor actividad de citocromo oxidasa en plaquetas de enfermos de Alzheimer vs. controles, correlacionándose incluso con la severidad de síntomas. Asimismo, linfocitos de pacientes exhiben tasas de respiración basal disminuidas y menor capacidad respiratoria máxima, consistente con un comprometimiento sistémico de las mitocondrias. Aunque ninguna de estas mediciones se usa todavía en la práctica clínica, representan herramientas potenciales de seguimiento de la enfermedad: por ejemplo, un tratamiento efectivo podría esperarse que normalice en cierta medida la actividad mitocondrial plaquetaria o los niveles de ADNmt en fluidos.
En cuanto a neuroimagen , la técnica más establecida es la PET con [^18F]FDG para evaluar el metabolismo cerebral de la glucosa – los pacientes con Alzheimer típicamente muestran hipometabolismo en corteza parieto-temporal y precúnea. Si bien FDG-PET no mide directamente función mitocondrial, su reducción indica menor actividad sináptica y producción energética en esas regiones, indirectamente reflejando la disfunción mitocondrial subyacente. En investigación, se exploran MRS protones y fósforo en cerebro, que podrían detectar aumentos locales de lactato (indicando metabolismo anaerobio) o disminución de compuestos de alta energía (ATP, fosfocreatina). Hasta ahora, MRS en Alzheimer ha mostrado principalmente cambios en otros metabolitos (NAA, mio- inositol), aunque un subgrupo de estudios sugiere posibles incrementos sutiles de lactato cerebral en fases muy avanzadas.
De cara al futuro, se espera combinar biomarcadores múltiples para la EA: los clásicos (Aβ42, tau en LCR, PET amiloide/tau) junto con nuevos marcadores mitocondriales, para obtener un cuadro más completo. No obstante, vale resaltar que actualmente la disfunción mitocondrial aún no se utiliza como biomarcador diagnóstico estándar , sino que es un campo en desarrollo. Estudios sistemáticos recientes invitan a realizar más investigaciones bien diseñadas para validar perfiles de ADNmt y función mitocondrial en fluidos como indicadores fiables en Alzheimer. La promesa es que, al incorporar medidas de salud mitocondrial, podríamos detectar la fase preclínica del Alzheimer – incluso antes de la acumulación masiva de amiloide – dado que la evidencia sugiere que las alteraciones en ADNmt y metabolismo preceden a los depósitos proteicos. Estas herramientas, una vez refinadas, también podrían servir para monitorear si una intervención logra mejorar la bioenergética neuronal, ofreciendo una medida de “freno” del proceso neurodegenerativo.
Investigar la afectación mitocondrial generalizada en Alzheimer ha requerido modelos experimentales que repliquen la complejidad de la enfermedad. En este sentido, modelos celulares y animales han proporcionado información valiosa. Las llamadas líneas celulares “cíbridas” de Alzheimer fueron un acercamiento temprano: se transfirieron mitocondrias de pacientes con EA a células en cultivo libres de amiloide, observándose que estas mitocondrias conferían deficiencias respiratorias y mayor producción de ROS, lo que apoyó la hipótesis de un factor intrínseco mitocondrial en la patogénesis. Más recientemente, neuronas derivadas de iPSC de pacientes con Alzheimer (especialmente portadores de mutaciones familiares en APP , PSEN1/2 ) han mostrado acumulación intraneuronal de péptido Aβ,
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hiperfosforilación de tau y notables disfunciones mitocondriales in vitro : desde menor densidad de mitocondrias sinápticas hasta reducción del consumo de oxígeno y falla para mantener potencial de membrana mitocondrial bajo estrés. Estos modelos de neuronas humanas permiten probar compuestos con posible efecto mitocondrial. Por ejemplo, se han investigado moléculas como el elamipretide (SS-31) , un péptido que se dirige a la membrana interna mitocondrial para estabilizar la cadena respiratoria, encontrando que mejora la producción de ATP y reduce ROS en neuronas AD in vitro.
Otra línea son los modelos animales : ratones transgénicos para APP o tau no solo desarrollan placas y ovillos sino también alteraciones metabólicas cerebrales semejantes a la EA (por ejemplo, reducción de complejo IV y aumento de especies oxidativas en su cerebro). Estos modelos se usan para evaluar intervenciones: antioxidantes como coenzima Q10, idebenona, o moduladores de dinámica mitocondrial (inhibidores de Drp1 para frenar la fisión excesiva) se han ensayado en ratones AD, con resultados variables pero en ocasiones mejorando cognición o reduciendo marcadores de estrés oxidativo. También se ha experimentado con fármacos que bloquean la transición de permeabilidad mitocondrial (mPTP) – por ejemplo, la ciclosporina A – ya que la apertura prolongada del poro mPTP puede contribuir a la liberación de citocromo c y muerte neuronal en Alzheimer. En modelos murinos, inhibir el mPTP mitocondrial contrarresta parte del efecto tóxico del β-amiloide sobre las neuronas , aunque debe tenerse precaución porque el mPTP también cumple funciones fisiológicas.
En cuanto a plataformas diagnósticas y de investigación , los avances en omics y bioingeniería están permitiendo examinar la “huella mitocondrial” en Alzheimer a un nivel integrado. Por ejemplo, análisis proteómicos de tejido cerebral han identificado cambios en numerosas enzimas mitocondriales en Alzheimer (subunidades de complejos respiratorios, proteínas de fusión/fisión como OPA1, DRP1, etc.). En sangre, se investiga un posible “firma transcriptómica” de disfunción mitocondrial: se ha observado que en leucocitos de Alzheimer ciertos genes nucleares de la OXPHOS están hipo regulados mientras genes mitocondriales están hiper regulados, evidenciando un desbalance compensatorio. Estas firmas multigénicas podrían eventualmente convertirse en pruebas diagnósticas de laboratorio.
Pasando a enfoques terapéuticos actuales , si bien los tratamientos aprobados para Alzheimer (inhibidores de colinesterasa, antagonistas NMDA, y más recientemente anticuerpos anti-amiloide) no actúan directamente sobre mitocondrias, existe un interés creciente en terapias metabolicamente orientadas. Un ejemplo es el repropósito de metformina (fármaco antidiabético que mejora la sensibilidad a insulina y activa AMPK): estudios epidemiológicos sugieren menor incidencia de demencia en diabéticos tratados con metformina, y ensayos clínicos piloto investigan si mejora el metabolismo cerebral en deterioro cognitivo leve. La terapia nutricional es otro frente: se han probado dietas cetogénicas o suplementos como triheptanoína (un ácido graso que proporciona sustratos para el ciclo de Krebs) para superar el déficit energético neuronal. En modelos animales de Alzheimer, dietas cetogénicas demostraron reducir depósitos de Aβ posiblemente al mejorar la eficiencia mitocondrial neuronal. Antioxidantes clásicos (vitamina E, vitamina C) no han mostrado beneficio claro en grandes ensayos en humanos, pero antioxidantes específicos de mitocondria (como MitoQ, un ubiquinol diseñado para acumularse en la matriz mitocondrial) están en estudio preclínico. Por otro lado, dado que en Alzheimer existe una respuesta inflamatoria cerebral, se piensa que modulándola se podría romper el círculo entre mitocondria dañada y neuroinflamación. En esta línea, se evalúa dimesión de moléculas anti-inflamatorias que también tengan efecto en mitocondrias (por ejemplo, inhibidores de NOX2 que reduzcan ROS provenientes de microglía hiperactiva, aliviando estrés en neuronas).
En resumen, las aplicaciones bioingenieriles para Alzheimer abarcan modelos avanzados (células, organoides, animales) que reflejan la disfunción mitocondrial para ensayar terapias; herramientas - ómicas y de imagen para detectar el impacto metabólico de la enfermedad; y un repertorio emergente
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complejo I, antioxidantes mitocondriales, activadores de vías de estrés mitocondrial como la vía Nrf2/ ARE ). Por otro lado, las terapias personalizadas podrían considerar la genética del paciente: por ejemplo, individuos con alelos APOE ε4 (más propensos a daño oxidativo y lípido peroxidación) tal vez se beneficien de intervenciones antioxidantes más agresivas, mientras que en portadores de mutaciones en APP la prioridad sea reducir producción de amiloide combinada con apoyo metabólico.
En conclusión, el futuro en Alzheimer vislumbra un abordaje integral donde la rehabilitación de la función mitocondrial forme parte central de la lucha contra la enfermedad. Combinando edición génica, organoides para descubrimiento de fármacos, IA para diagnóstico temprano y estratificación, y terapias cada vez más adaptadas al perfil mitocondrial de cada paciente, existe esperanza de lograr frenar o detener la progresión de esta devastadora demencia.
La Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA) es una enfermedad neurodegenerativa caracterizada por la pérdida progresiva de motoneuronas superiores e inferiores. Desde hace décadas se conoce que en la ELA ocurren alteraciones tempranas en las mitocondrias de estas neuronas motoras, las cuales desempeñan un papel central en la fisiopatología. Un rasgo distintivo en ELA es la disregulación del calcio (Ca²⁺) y el aumento del estrés oxidativo mediado por mitocondrias. Las motoneuronas son células de gran tamaño con elevadas demandas de Ca²⁺ para la transmisión sináptica y la excitabilidad. En condiciones normales, las mitocondrias captan Ca²⁺ citosólico para ayudar a su homeostasis; sin embargo, en la ELA las mitocondrias se vuelven disfuncionales y pierden capacidad de secuestrar Ca²⁺, llevando a sobrecargas de Ca²⁺ intracelular tras la estimulación neuronal. Esta sobrecarga es tóxica: activa enzimas degradativas y puede inducir la apertura prolongada del poro de transición mitocondrial, liberando moléculas pro-apoptóticas. Además, la entrada excesiva de Ca²⁺ a la mitocondria hiperactivada favorece la sobreproducción de ROS dentro de ella, ya que el Ca²⁺ desbalancea la cadena respiratoria. De esta manera, en ELA se establece un círculo vicioso : el Ca²⁺ elevado daña mitocondrias y genera ROS, y las mitocondrias dañadas a su vez liberan más ROS e insuficientemente regulan el Ca²⁺, amplificando el estrés celular. Evidencias en modelos animales apoyan esta secuencia: en ratones SOD1^G93A (modelo genético de ELA), se observa tempranamente hinchazón mitocondrial y fragmentación en axones motores, con depósitos de Ca²⁺ anormales antes de la aparición de síntomas motores.
El estrés oxidativo (OS) derivado de la disfunción mitocondrial es uno de los mayores contribuidores al daño en ELA. Incluso en formas no ligadas a mutaciones en SOD1 , se ha hallado que las motoneuronas presentan niveles elevados de radicales libres y daño oxidativo en biomoléculas. Dado que las mitocondrias son tanto fuente principal de ROS (cuando están alteradas) como diana vulnerable al mismo, resulta difícil separar causa de consecuencia: en la ELA, la lesión mitocondrial es simultáneamente generadora de estrés oxidativo y resultado del mismo, creando una espiral degenerativa. Por ejemplo, en muestras post-mortem de médula espinal de pacientes se han descrito mitocondrias “gigantes” disfuncionales en neuronas motoras, a menudo rodeadas de vesículas autofágicas, lo que indica intentos fallidos de las células por eliminar orgánulos dañados. Estas mitocondrias patológicas muestran pérdida de crestas y liberación de citocromo c, contribuyendo a la apoptosis neuronal.
Otro aspecto crucial es el transporte axonal de las mitocondrias. En ELA, se ha reportado que las mitocondrias ya no se distribuyen adecuadamente a lo largo de las largas prolongaciones de las
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motoneuronas. La fragmentación mitocondrial y la pérdida de movilidad axonal (debido a fallos en motores moleculares como la dineína, a veces afectados por agregación de proteínas mutantes como SOD1 o TDP-43) deja tramos del axón y terminales sinápticas sin aporte energético suficiente. Esto conlleva disfunción en la unión neuromuscular temprano en la enfermedad – por ejemplo, las placas motoras denervadas exhiben menos mitocondrias funcionales, volviéndose incapaces de sostener la contracción muscular. De hecho, estudios en pacientes han encontrado fatiga muscular exacerbada y acumulación de lactato en ejercicio leve, sugiriendo metabolismo anormal en músculo secundario a la inervación defectuosa y a la incapacidad de las mitocondrias de suplir la demanda.
Finalmente, en muchas formas de ELA familiar, las propias mutaciones genéticas afectan vías mitocondriales: SOD1 mutante se agrega en la membrana mitocondrial interna donde inactiva complejos respiratorios; TDP-43 y FUS mutantes interaccionan con ADNmt y ARN mitocondrial alterando la expresión de genes OXPHOS; expansiones de C9orf72 causan péptidos que pueden lesionar las membranas mitocondriales. Todo esto converge en que la disfunción mitocondrial (exceso de Ca²⁺, ROS, energía disminuida) es un factor unificador que impulsa la degeneración de motoneuronas en ELA, independientemente de la heterogeneidad de sus causas genéticas. Interrumpir este círculo vicioso Ca²⁺-ROS-muerte celular es por ende un objetivo principal para frenar la progresión de la enfermedad.
Identificar biomarcadores relacionados con la disfunción mitocondrial en ELA podría mejorar el diagnóstico temprano y el seguimiento de la neurodegeneración, aunque hasta ahora los marcadores más establecidos (como neurofilamentos en sangre/CSF) reflejan daño neuronal general pero no procesos específicos mitocondriales. No obstante, múltiples estudios han encontrado evidencias de estrés oxidativo sistémico en pacientes con ELA que pueden cuantificarse: por ejemplo, niveles elevados de 8-oxodGuo (8-hidroxi-2'-desoxiguanosina, marcador de daño oxidativo en ADN) y de productos de peroxidación lipídica en plasma y LCR de pacientes, en comparación con controles. Estos marcadores de OS, si bien no exclusivos de ELA, apuntan a la carga de radicales libres probablemente derivada en parte de mitocondrias disfuncionales. Asimismo, mediciones repetidas de tales biomoléculas oxidadas durante el curso de la enfermedad podrían tener valor pronóstico o de monitorización (por ejemplo, 8-oxodGuo tiende a aumentar a medida que avanza la debilidad).
En cuanto a función mitocondrial medida directamente , un reto es que las motoneuronas espinales son inaccesibles en vida. Sin embargo, se han explorado tejidos sustitutos: las biopsias musculares de pacientes con ELA han revelado deficiencias en la capacidad oxidativa muscular, con actividad disminuida de enzimas mitocondriales (citrato sintasa, complejos I y IV) y menor umbral anaeróbico durante ejercicio. Un estudio notable mostró que individuos con ELA presentan menor “reserva respiratoria” en músculo esquelético y acumulan lactato en sangre antes que sujetos sanos, sugiriendo que el músculo denervado sufre un fenómeno similar a un déficit mitocondrial. Estas observaciones han motivado el uso de técnicas no invasivas como la espectroscopía por RM de ^31P en músculo para medir fosfatos de alta energía y pH durante ejercicios controlados. De hecho, recientemente se informó que la ^31P-MRS puede detectar anomalías en el metabolismo energético muscular en pacientes con ELA temprana , lo cual podría convertirse en un biomarcador funcional de progresión (por ejemplo, evaluando la eficacia de una terapia mitocondrial si mejora el rendimiento oxidativo muscular).
Otro prometedor biomarcador en investigación es el ADN mitocondrial libre circulante. Estudios preliminares sugieren que, al igual que en otras neurodegeneraciones, la ELA podría asociarse con cambios en los niveles de ADNmt en plasma. Sin embargo, una revisión sistemática reciente indicó que no había estudios publicados evaluando ADNmt en LCR de ELA , y los resultados en sangre son aún contradictorios. Se requerirán trabajos dedicados para determinar si existe un patrón reproducible (por ejemplo, ADNmt plasmático elevado por liberación desde músculo en degeneración o desde neuronas
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interesante es la terapia génica con ARN antisentido (ASO) : recientemente se aprobó tofersen , un ASO que reduce la producción de SOD1 mutante en pacientes con mutación en SOD1. Al disminuir el acúmulo de proteína SOD1 tóxica en mitocondrias y citosol, se espera que las motoneuronas sufran menos estrés oxidativo. Tofersen en ensayos ha bajado marcadores de daño neuronal aunque con beneficio clínico modesto; sin embargo, es un paso hacia abordar causas específicas de disfunción mitocondrial en subgrupos genéticos.
En el campo de las plataformas diagnósticas/monitorización , una línea innovadora es el desarrollo de dispositivos portátiles e interfaces cerebro-computadora para pacientes ELA. Aunque principalmente se enfocan en la comunicación, algunos de estos dispositivos recogen datos motores y fisiológicos que, con análisis adecuados, podrían reflejar cambios en el estado metabólico muscular o neuronal. Por ejemplo, existen wearables que monitorean la fatiga muscular y podrían, indirectamente, indicar si un tratamiento metabólico está mejorando la eficiencia mitocondrial del músculo remanente. En paralelo, imágenes NIR de fluorescencia se están explorando preclínicamente para ver barrera hematoencefálica y función mitocondrial: una técnica reciente empleó fluoróforos infrarrojos sensibles a las mitocondrias para visualizar en tiempo real cambios en la función mitocondrial en un modelo de ELA. Tales enfoques podrían trasladarse eventualmente a humanos con cámaras especializadas.
En cuanto a enfoques terapéuticos bioingenieriles en fase experimental, cabe mencionar la transplantación celular : se han realizado ensayos de trasplante de células madre mesenquimales (MSC) o neurales en pacientes ELA, con la hipótesis de que estas células provean soporte trófico y quizás restauren parcialmente un microambiente metabólico favorable (por secreción de vesículas extracelulares con enzimas antioxidantes y posiblemente mitocondrias funcionales). Si bien los resultados han mostrado seguridad, la eficacia es aún incierta. No obstante, hay informes de que MSC trasplantadas pueden transferir mitocondrias sanas a células dañadas en otros contextos, lo que de confirmarse en ELA abriría un camino para reponer mitocondrias funcionales en neuronas degenerantes.
En síntesis, las aplicaciones bioingenieriles actuales para la ELA combinan modelos in vitro e in vivo que reproducen la cascada Ca²⁺-ROS-muerte, facilitando la identificación de fármacos neuroprotectores, con avances terapéuticos como antioxidantes aprobados y ASOs genéticos que atacan causas específicas. Paralelamente, herramientas de monitoreo innovadoras buscan medir el impacto de la enfermedad a nivel metabólico en tiempo real. Estas aproximaciones, aunque todavía en desarrollo, sientan las bases para futuras intervenciones más eficaces enfocadas en proteger las mitocondrias y la función de las motoneuronas.
Para la ELA, un padecimiento rápido y fatal, las perspectivas futuras se centran en frenar la degeneración de motoneuronas abordando las alteraciones mitocondriales precoces y adaptando los tratamientos al perfil de cada paciente. La edición génica ofrece una esperanza particular en formas hereditarias de ELA: con la madurez de técnicas CRISPR/Cas9, es concebible que en el futuro se puedan eliminar expansiones de hexanucleótidos en C9orf72 o corregir mutaciones en SOD1, FUS, TDP-43 , previniendo la cascada tóxica que daña mitocondrias. Por ejemplo, se investiga la posibilidad de usar CRISPR para “silenciar” la copia mutada del gen SOD1, reduciendo específicamente la producción de la enzima mal plegada sin afectar la normal. En modelos celulares, la edición de SOD1 ha conseguido suprimir la formación de agregados y mejorar la viabilidad neuronal. Llevar esto a pacientes requerirá avances en vectores virales seguros para las motoneuronas, pero conceptualmente representa una solución definitiva para ciertas formas genéticas.
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Los organoides y sistemas multicelulares 3D emergen también como plataforma para entender mejor la ELA y testar terapias combinadas. Se están desarrollando organoides de médula espinal que contienen motoneuronas junto con interneuronas y células gliales. En organoides derivados de pacientes con ELA, se han recapitulado algunas características patológicas como la acumulación de TDP-43 fosforilada y se ha observado disfunción en la maduración neuronal. Estos organoides pueden servir para evaluar terapias en entornos controlados: por ejemplo, se pueden introducir astrocitos con ediciones genéticas (knockdown de SOD1 mutante) en un organoide ELA para ver si rescatan la función de motoneuronas, antes de trasladar la estrategia a animales o humanos. Más aún, se están creando organoides neuromusculares que fusionan organoides de médula espinal con organoides de músculo para formar un circuito funcional motoneurona-músculo in vitro. En un modelo así, se podría probar un fármaco que estabilice la transmisión neuromuscular (p. ej., un compuesto que mejore la liberación de vesículas sinápticas) junto con un antioxidante mitocondrial, para ver si conjuntamente preservan la contracción muscular. Estas tecnologías permitirán experimentación rápida de estrategias multimodales.
La aplicación de inteligencia artificial en ELA se vislumbra especialmente útil en el diagnóstico temprano y la monitorización de síntomas sutiles. Un área de gran avance es el análisis de la voz y el habla mediante IA: algoritmos de machine learning pueden detectar cambios imperceptibles en el timbre, pronunciación y ritmo del habla que delatan afectación bulbar en fases iniciales de ELA. Por ejemplo, se ha desarrollado un modelo que analizando grabaciones de voz de pacientes pudo identificar alteraciones en la articulación (por debilidad orofacial) antes de que sean evidentes clínicamente, con potencial para servir como herramienta de screening en población en riesgo o como medida de resultado digital en ensayos (tracking de la progresión bulbar). De igual manera, IA aplicada a datos de acelerómetros y dispositivos de seguimiento de movimiento puede cuantificar con precisión la pérdida de fuerza o destreza fina en ELA inicial, más allá de la evaluación clínica subjetiva. Estos marcadores digitales, si bien no son “mitocondriales” per se, reflejan indirectamente la declinación funcional que la disfunción energética contribuye a causar. En el futuro, podrían combinarse con biomarcadores bioquímicos (por ejemplo, niveles de lactato o de ADNmt) en modelos de IA multivariantes para predecir la trayectoria de la enfermedad en cada paciente.
La medicina personalizada en ELA se perfila fundamental. Dado el carácter heterogéneo de la enfermedad (distintas mutaciones causales, distintas tasas de progresión), es razonable pensar que las intervenciones deberán adaptarse individualmente. En particular, podría haber “subtipos metabólicos” de ELA : algunos pacientes muestran signos de hiper-metabolismo sistémico y pérdida de peso acelerada, lo que sugiere un componente mitocondrial sistémico más pronunciado; otros pueden no experimentarlo. Identificar biomarcadores que distingan estas presentaciones permitiría intervenciones específicas – por ejemplo, pacientes con alto estrés oxidativo podrían priorizarse para ensayos de antioxidantes potentes o coadyuvantes metabólicos, mientras que aquellos sin tal perfil pero con inflamación prominente quizá se beneficiarían más de inmunomoduladores. Además, la creciente disponibilidad de paneles genéticos permitirá direccionar terapias génicas o con ASO solo a quienes porten ciertas mutaciones, evitando exponer a otros a tratamientos de los que probablemente no obtengan beneficio. Un concepto emergente es el de marcador terapéutico de respuesta : quizá medir la capacidad respiratoria de las células del paciente (por ejemplo, en linfocitos con un ensayo Seahorse) antes y después de iniciar un tratamiento antioxidante podría indicar si esa persona en particular está obteniendo beneficio a nivel mitocondrial, guiando decisiones de continuar o cambiar de terapia.
En resumen, el futuro de la ELA probablemente verá una convergencia de terapias génicas personalizadas, plataformas de modelado 3D, biomarcadores de función mitocondrial y herramientas de IA , todo orientado a detectar precozmente y combatir el eje Ca²⁺/ROS/energía que lleva a la muerte de las motoneuronas. Si estos esfuerzos tienen éxito, podríamos transformar la ELA de
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un doble golpe: menor capacidad de producir ATP y más ROS dañando lípidos (incluyendo membranas neuronales y mitocondriales) y ADN. La degeneración de neuronas estriatales puede entenderse entonces como el resultado de la “inanición energética” combinada con autointoxicación oxidativa. Además, las neuronas en el estriado reciben una intensa aferencia glutamatérgica de la corteza; la incapacidad de sus mitocondrias para tamponar la carga de Ca²⁺ entrada durante la neurotransmisión excitatoria las hace susceptibles a excitotoxicidad. Es decir, cada estímulo excitatorio sostenido puede precipitar sobrecargas de Ca²⁺ que, en el contexto de mitocondrias disfuncionales, conducen a la lesión irreversible de la célula.
Cabe mencionar que no solo el estriado se ve afectado. En la corteza frontal de pacientes con EH también se han detectado disfunciones respiratorias, aunque las manifestaciones clínicas corticales (demencia, cambios de personalidad) ocurren más tardíamente que los síntomas motores estriatales. Esto sugiere que hay cierta gradación en la vulnerabilidad mitocondrial entre poblaciones neuronales.
En resumen, la EH presenta una firma mitocondrial distintiva centrada en la deficiencia de los complejos II/III, lo que desencadena un déficit energético crítico y un exceso de radicales libres. Esta disfunción mitocondrial está en el núcleo de la cascada patológica que lleva a la muerte neuronal, complementando otros mecanismos como la agregación proteica. Abordar estas deficiencias energéticas y oxidativas es, por tanto, fundamental para influir en la progresión de la enfermedad.
En la enfermedad de Huntington, la naturaleza monogénica y altamente penetrante de la mutación hace que el diagnóstico se realice típicamente mediante pruebas genéticas, antes de la aparición de síntomas (en individuos con riesgo). Sin embargo, existe un intenso interés en encontrar biomarcadores de progresión que indiquen cuándo comienza el daño neuronal y cómo avanza, especialmente en la fase presintomática o prodrómica. Los biomarcadores mitocondriales podrían desempeñar un papel importante en este sentido, dado que se cree que el metabolismo energético neuronal se ve comprometido antes de manifestaciones clínicas evidentes.
Una de las señales metabólicas estudiadas en Huntington es la concentración de lactato cerebral medida por espectroscopía por RM. Investigaciones han sugerido que el cerebro de pacientes con EH puede exhibir niveles elevados de lactato en regiones como el estriado, lo cual indica un cambio hacia metabolismo anaeróbico debido a la insuficiencia de la respiración mitocondrial. Un trabajo publicado en Annals of Neurology (Jenkins et al.) planteó la pregunta “¿Está elevado el lactato cerebral en la EH?” y encontró que, en efecto, pacientes en etapas intermedias mostraban un aumento regional de lactato comparado con controles, apoyando la idea de un déficit energético in vivo. Aunque la MRS de lactato no es aún parte del manejo clínico, podría usarse en ensayos clínicos como indicador de si una terapia logra mejorar la eficiencia oxidativa (se esperaría una reducción del lactato cerebral si la función mitocondrial mejora).
En fluidos periféricos, algunos estudios han identificado potenciales biomarcadores asociados a mitocondrias. Por ejemplo, Disatnik et al. propusieron que la cuantificación de ciertos marcadores en sangre podría reflejar la progresión y servir para monitorear respuesta a tratamientos en EH. Entre ellos mencionaron los niveles de ADN mitocondrial circulante y el 8-OHdG (marcador de daño oxidativo en ADN). La lógica es que a medida que avanza la enfermedad, la carga de estrés oxidativo sistémico aumenta (reflejado en 8-OHdG elevado) y podría haber alteraciones en la homeostasis mitocondrial sistémica (posiblemente detectables via ADNmt en plasma). De hecho, en Huntington se ha observado que con la progresión puede aparecer pérdida de peso y alteraciones metabólicas sistémicas, sugiriendo que no solo el cerebro, sino también otros tejidos experimentan disfunción bioenergética.
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No obstante, estos candidatos requieren validación en cohortes grandes antes de considerarse biomarcadores robustos.
Otro enfoque interesante es evaluar la función mitocondrial en células accesibles del paciente, como linfocitos o fibroblastos, y ver su correlación con la enfermedad. Se ha encontrado que fibroblastos de pacientes con EH presentan tasas de respiración disminuidas y mayor producción de ROS comparados con fibroblastos de controles, reflejando la influencia ubicua de la mutación HTT. Incluso después de corregir la mutación in vitro (usando técnicas de silenciamiento de la huntingtina mutada), se observaron mejoras en la función mitocondrial de esas células, lo que sugiere que la presencia de la proteína mutada es directamente responsable de las alteraciones observadas. Esto abre la posibilidad de utilizar fibroblastos del paciente para ensayar terapias dirigidas a mejorar la función mitocondrial y ver en laboratorio si normalizan parámetros (por ejemplo, consumo de oxígeno, potencial de membrana) – un enfoque de medicina experimental personalizada. Sin embargo, para seguimiento clínico rutinario, tomar biopsias cutáneas repetidas no es práctico; en su lugar, podrían emplearse células sanguíneas: recientemente, un estudio midió la actividad del complejo II/III en linfocitos de pacientes y encontró reducciones correlacionadas con la etapa clínica, sugiriendo que esto podría explorarse más.
En términos de herramientas de imagen , la PET con [^18F]-FDG (glucosa) se usa en investigación para monitorizar el metabolismo cerebral en portadores de la mutación HTT antes de síntomas. Se ha visto que años antes del inicio, ya hay hipometabolismo en el estriado, lo que coincide con la hipótesis de disfunción mitocondrial temprana. En el futuro, si se desarrollan trazadores PET específicos para componentes mitocondriales (similares al [^18F]BCPP-EF usado en Parkinson), podrían aplicarse en Huntington para evaluar in vivo la actividad de, por ejemplo, el complejo II en el estriado. Esto sería invaluable para probar terapias: si un fármaco promete mejorar la función de la cadena respiratoria, la PET mitocondrial podría mostrar aumento de la señal en el estriado tratado vs. no tratado.
En conclusión, los biomarcadores mitocondriales en EH aún están en fase exploratoria, pero incluyen lactato cerebral por MRS, marcadores de daño oxidativo (8-OHdG) y ADNmt en sangre, y mediciones funcionales ex vivo en células del paciente. Combinados con técnicas de imagen metabólica, podrían proveer indicadores sensibles de la eficacia de intervenciones destinadas a corregir la disfunción bioenergética en esta enfermedad.
La enfermedad de Huntington, por su etiología genética bien definida, ha sido de las primeras en beneficiarse de modelos bioingenieriles precisos y del desarrollo de terapias experimentales dirigidas a la causa molecular. Desde la perspectiva mitocondrial, estos modelos se han aprovechado para investigar cómo la huntingtina mutada provoca disfunción energética y para ensayar estrategias que contrarresten este efecto.
Uno de los principales modelos animales es el ratón R6/2, portador de una versión truncada de HTT con largas repeticiones CAG. Este modelo reproduce síntomas motores y pérdida neuronal en estriado, además de pérdida de peso y muerte temprana. A nivel mitocondrial, ratones R6/2 presentan disminución de la actividad del complejo II y III en cerebro, replicando los hallazgos humanos. Sobre estos ratones, se han probado terapias metabólicas: por ejemplo, la creatina (suplemento que ayuda a regenerar ATP) mostró inicialmente prolongar la supervivencia en R6/2 y mejorar su fuerza muscular. Esto llevó a ensayos clínicos de creatina en pacientes con EH, aunque lamentablemente un gran estudio (CREST-E) no encontró beneficios clínicos significativos. Similar destino tuvieron ensayos con coenzima Q10 (un cofactor de la cadena de electrones y antioxidante); a pesar de resultados prometedores en modelos murinos con mejora en indicadores de estrés oxidativo, en humanos no se logró demostrar
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de Huntington. Esta convergencia de biología 3D e IA acelera la búsqueda de moléculas candidatas (por ejemplo, antioxidantes novedosos, estabilizadores de membrana mitocondrial, etc.) que muestren restauración de la morfología neuronal o la expresión génica alterada en EH.
En síntesis, las herramientas bioingenieriles para la EH van desde modelos animales tradicionales hasta organoides cerebrales de vanguardia, pasando por iPSC y ensayos de edición génica en células del paciente. Estas plataformas han confirmado el papel central de la disfunción de complejo II/III y se utilizan para ensayar tanto terapias metabólicas como la nueva generación de terapias génicas. Aunque hasta ahora ninguna intervención mitocondrial ha llegado al uso clínico (más allá de medidas de soporte nutricional), el conocimiento adquirido allana el camino para tratamientos combinados en el futuro – por ejemplo, un régimen que incluya un reductor de huntingtina (ASO o similar) más un fármaco que potencie la función mitocondrial residual. La esperanza es que, abordando simultáneamente la causa genética y sus consecuencias bioenergéticas, se logre modificar sustancialmente el curso de la enfermedad de Huntington.
Dado el carácter monogénico y familiar de la EH, las perspectivas futuras están íntimamente ligadas a los avances en medicina de precisión y terapias génicas , sin dejar de lado los enfoques complementarios dirigidos a la salud mitocondrial. Un objetivo último es la curación mediante edición génica : eliminar o corregir la expansión CAG patogénica en el gen HTT. Experimentos recientes en modelos celulares y de organoides han mostrado que es técnicamente posible recortar la región expandida usando sistemas CRISPR-Cas9 , revirtiendo alteraciones celulares. Los retos para traducir esto a humanos incluyen la entrega eficiente de la herramienta de edición a la mayoría de neuronas (posiblemente vía vectores AAV avanzados) y garantizar seguridad (evitando cortes fuera de objetivo). A medida que CRISPR evoluciona (por ejemplo, con editores de bases o editores prime que permiten cambios más sutiles), es concebible que en el futuro los pacientes de EH puedan recibir una terapia única que edite sus neuronas cerebrales, deteniendo la producción de huntingtina tóxica. Algunas iniciativas preclínicas ya trabajan en modelos de primates para probar la factibilidad de tal abordaje.
Mientras la edición definitiva llega, los próximos años verán probablemente la implementación de terapias génicas de supresión de HTT más refinadas. Por ejemplo, se están diseñando virus adenoasociados (AAV) que transportan pequeñas secuencias de ARN de interferencia para HTT , los cuales podrían inyectarse intracerebralmente y lograr una reducción duradera de la proteína. Otros grupos exploran vectores de transferencia mitocondrial – investigando si es posible entregar genes a las mitocondrias para, por ejemplo, aumentar la expresión de complejos respiratorios o introducir copias sanas de genes mitocondriales (en EH ciertos polimorfismos de ADNmt parecen modular la edad de inicio, sugerendo que el background mitocondrial influye). Aunque esto último es muy experimental, no está fuera del ámbito de posibilidad a mediano plazo.
Los organoides y assembloides de Huntington serán una herramienta crucial no solo para descubrir fármacos sino también para probar combinaciones terapéuticas personalizadas. Imaginemos que en 5-10 años un paciente con EH pueda tener un organoide derivado de sus células en el laboratorio, sobre el cual se testeen varias estrategias: diferentes dosis de un ASO anti-HTT, más un cóctel de antioxidantes y quizás un chaperón mitocondrial. Mediante IA, se podría analizar cuál combinación protege mejor las neuronas del organoide (por ejemplo, evaluando cuántas neuronas mantienen actividad eléctrica normal o cuántas expresan marcadores sinápticos sanos). Esa combinación óptima podría entonces administrarse al paciente. Este enfoque de “avatar” personalizado integrando organoides y IA es una visión ambiciosa pero plausible, dado el rápido progreso en ambas áreas.
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Otra perspectiva futura es el monitoreo continuo y telemétrico de la condición del paciente, incluyendo aspectos metabólicos. Por ejemplo, dispositivos portátiles podrían rastrear la actividad física, frecuencia cardiaca, peso y otros parámetros en pacientes con EH. Se sabe que a menudo cursan con hiperactividad metabólica y pérdida de peso; un wearable podría detectar aumento del gasto energético en reposo como señal de progresión, permitiendo intervenir (nutricionalmente o con fármacos) más pronto. Incluso se podría pensar en sensores implantables que midan niveles de lactato en líquido intersticial en tiempo real, enviando alertas si aumentan (lo que indicaría estrés metabólico cerebral creciente).
En cuanto a inteligencia artificial , su papel en Huntington podría centrarse en el análisis de imágenes de resonancia y de marcadores neuropsiquiátricos. Por ejemplo, IA podría ayudar a predecir la velocidad de progresión de un paciente integrando su carga de repeticiones CAG con datos de atrofia estriatal en RM y posibles medidas de metabolismo (PET o MRS), generando un pronóstico personalizado. También podría identificar patrones en señales motoras (captadas por acelerómetros de un smartphone) que indiquen el inicio de deterioro motor fino, incluso antes de que el paciente lo note. Con respecto a las mitocondrias, algoritmos de visión artificial aplicados a microscopia de biopsias cutáneas o a células sanguíneas podrían cuantificar automáticamente indicadores de disfunción (por ejemplo, porcentaje de mitocondrias fragmentadas en linfocitos) y correlacionarlos con el estado clínico.
Finalmente, la medicina personalizada se manifestará en Huntington tal vez de forma más clara que en otras neurodegenerativas debido a su genética simple. Por un lado, hay variabilidad individual en el número de repeticiones CAG que determina la edad de inicio; por otro lado, existen factores modificadores (genes secundarios, variantes de ADNmt, etc.). En el futuro, los tratamientos podrían iniciarse en portadores presintomáticos en una edad calculada mediante algoritmos que incluyan todos estos factores, con el fin de maximizar el impacto antes de que haya daño irreversible. Ya se habla del concepto de “ intervención preventiva personalizada ” en EH: por ejemplo, iniciar terapia con un silenciador de HTT en un portador joven que, dado su genotipo, se proyecta desarrollaría síntomas a los 40 años, pero anticipándose a los 30 para prevenir por completo la aparición de la disfunción mitocondrial y la neurodegeneración.
En conclusión, la enfermedad de Huntington se encuentra en la vanguardia de la aplicación de nuevas tecnologías: la edición génica, los organoides, la IA y la medicina de precisión convergerán para atacar tanto la raíz genética como la cascada de daño mitocondrial. Las lecciones aprendidas de este paradigma posiblemente servirán de modelo para otras enfermedades neurodegenerativas. En el caso de EH, hay un optimismo cauto de que, gracias a esta “tormenta perfecta” de avances científicos, podamos en un futuro próximo transformar el pronóstico de los pacientes y quizá, eventualmente, detener por completo la enfermedad antes de que cause estragos en el cerebro.
A modo de síntesis, cada una de las enfermedades neurodegenerativas analizadas – Parkinson, Alzheimer, ELA y Huntington – presenta una “distinción mitocondrial” propia que contribuye a su patogénesis y evolución clínica. En el Parkinson, la disfunción del complejo I y la alteración de la calidad mitocondrial emergen como motores de la degeneración dopaminérgica. En el Alzheimer, una afectación mitocondrial difusa disminuye la capacidad energética del cerebro y alimenta el estrés oxidativo e inflamación crónica. La ELA, por su parte, ejemplifica el desastre que supone la desregulación del Ca²⁺ y ROS en las motoneuronas, donde las mitocondrias fallidas desencadenan la muerte celular rápidamente. Finalmente, la enfermedad de Huntington ilustra cómo defectos en
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